Es fácil mirar para otro lado cuando las víctimas no somos nosotros,
pero cuando los que sufren están a nuestro lado y tienen que soportar salarios
de miseria, condiciones infrahumanas de vida, odio y marginación, desahucios,
entonces las cosas cambian, y solo es posible hacer la revolución.
Volví a recordar hace unos días un libro que cayó en mis manos hace
muchos años, “Las uvas de la ira” de John Steinbeck en el que decía: “Y los grandes propietarios, los que deben ser
desposeídos de su tierra por un cataclismo, los grandes propietarios con acceso
a la historia, con ojos para leer la historia y conocer el gran hecho: cuando
la propiedad se acumula en unas pocas manos, acaba por serles arrebatada. Y el
hecho que siempre acompaña: cuando hay una mayoría que tiene hambre y frío,
tomará por la fuerza lo que necesita. Y el pequeño hecho evidente que se repite
a lo largo de la historia: el único resultado de la represión es el
fortalecimiento y la unión de los reprimidos”.
John Steinbeck escribió su obra
maestra Las uvas de la ira con 37 años, en 1939, al final de la Gran Depresión.
Steinbeck obtuvo el Premio Nobel y el Pulitzer. John Ford hizo después una
adaptación clásica al cine en 1941, con Henry Fonda. Es considerada como unas
de las mejores 25 cintas en la historia de EE.UU. El libro fue también uno de
los más prohibidos en la historia de ese país (a mi me costó mucho conseguirlo
cuando empecé a tener conciencia social). Steinbeck fue estigmatizado como
comunista y anticapitalista por mostrar apoyo a los trabajadores pobres.
Algunas cosas nunca cambian, y los intereses acaudalados que controlan los medios
tratan de alejar la culpa de nuestra depresión actual de sus actos
fraudulentos. La novela representa una crónica de la Gran Depresión y un
comentario sobre el sistema económico y social que la causó. La obra de
Steinbeck sobre los trabajadores pobres reverbera con el pasar de las décadas.
Escribió la novela en medio de la última Cuarta Crisis. Sus temas de la
inhumanidad del hombre hacia el hombre, la dignidad e ira de la clase
trabajadora, y el egoísmo y codicia de la clase acaudalada parecen verosímiles
en la actualidad.
Steinbeck sabía hace setenta años
quiénes eran los culpables. Sabemos quiénes son los culpables en la actualidad.
Son los mismos. Los intereses bancarios acaudalados causaron la crisis y
crearon el desastroso colapso que hasta ahora ha destruido 5 millones de
puestos de trabajo. Steinbeck comprendió que la clase trabajadora pobre de este
país tenía más dignidad y compasión por el prójimo que cualquier banquero de
Wall Street a la busca de enriquecimiento a costa de la clase trabajadora.
“¿Cómo se puede asustar a un hombre
que carga con el hambre de los vientres estragados de sus hijos además de la
que siente en su propio estómago acalambrado? No se le puede atemorizar, porque
este hombre ha conocido un miedo superior a cualquier otro”.
“Siempre me pareció extraño que las
cosas que admiramos en los hombres, la bondad y la generosidad, la franqueza,
la honestidad, la comprensión y el sentimiento acompañan al fracaso en nuestro
sistema. Y esos rasgos que detestamos, nitidez, codicia, ambición, mezquindad,
egoísmo, interés personal, son los rasgos del éxito. Y mientras los hombres
admiran la calidad de las primeras, les gusta el producto de la segunda”
La novela de Steinbeck fue un
fenómeno nacional. El libro aseguró a Steinbeck la admiración de la clase
trabajadora, debido a la simpatía del libro hacia el hombre de a pie y su prosa
accesible. Su libro fue elogiado, discutido, prohibido y quemado. Un libro sólo
puede generar tanto calor si se acerca demasiado a una verdad que los que están
en el poder no quieren que sea revelada. Las uvas de la ira hizo
precisamente eso. Steinbeck quería culpar al que se lo merecía: “Quiero colocar
una etiqueta de vergüenza sobre los hijueputa codiciosos que son responsables
de esto”.
La tremenda concentración de la
riqueza en manos de unos pocos significaba que la continua prosperidad
económica dependía de las grandes inversiones y los gastos en lujo de los
ricos.
Steinbeck se dio cuenta
proféticamente de que el sufrimiento de la clase trabajadora no se debía al mal
tiempo, a la mala suerte, o a las acciones de la clase trabajadora. Era causado
por el abuso de poder e influencia en todo el país por parte de la acaudalada elite
gobernante en su esfuerzo por enriquecerse por todos los medios. Circunstancias
históricas, sociales, y económicas separan a la gente entre ricos y pobres,
terratenientes e inquilinos, y los que están en roles dominantes luchan
cruelmente por preservar sus posiciones.
“…y en los ojos de la gente se
refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En
las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven
pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia”
Los sentimientos de Steinbeck
respecto a la gente sobre la que escribía pueden ser resumidos en este pasaje: “Si
tienes problemas o estás herido o necesitado... acude a la gente pobre. Son los
únicos que te van a ayudar... los únicos”.
“En donde haya una pelea para que los
hambrientos puedan comer, allí estaré. Donde haya un policía pegándole a uno,
allí estaré”.
Se trata, por tanto, de una de las novelas fundamentales críticas con el
sistema capitalista, por lo que hoy día no ha perdido validez en su lectura. Y
de fondo esa idea de que las uvas de la ira están creciendo dentro de los seres
humanos que sufren las inclemencias sociales de la época. De esos frutos,
nacerá la vendimia definitiva, la lucha social y el despertar de un futuro más
esperanzador. ¿No nos recuerda todo esto como si estuviera sucediendo en estos
momentos, en pleno siglo XXI?
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