“Cada
mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un
trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la
explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo
único que no cuenta es lo humano”, decía Ernesto Sábato.
Cuando vemos a nuestros Diputados produciendo una malversación de
fondos públicos y a apropiación indebida, y habiéndose presentado una querella
en el Tribunal Supremos contra 63 Diputados del Congreso que cobran dietas de
alojamiento a pesar de tener casa (y en ocasiones varias) en Madrid. Puede que
sea legal, aunque eso la decidirá la Justicia, pero parece inmoral. Ni uno de
los 63 diputados denunciados que cobran dietas por residir fuera de Madrid,
aunque tienen vivienda propia en la capital, han renunciado a ella, y la mayoría
tampoco dan explicaciones.
Estamos ante una crisis económica como jamás la habíamos vivido, pero
de ella, antes o después saldremos, pero de la crisis MORAL será muy difícil de erradicar en
un país que corre a sus anchas, la corrupción, la mentira y la desvergüenza, y
que la hemos asumido como algo natural.
Decía Cicerón, “historia magistra vitae est”, mientras con Marx afirmó
que los grandes acontecimientos históricos se producen primero como tragedia y
luego como farsa. Ahora queda saber qué tiene que ocurrir para rebelarnos, para
dejar de comportarnos como cínicos y resignados espectadores de esta farsa que
nos han impuesto.
La Ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, decía en
julio 2012, que ponía en marcha 20.000 cursos de alemán básico para
desempleados, y afirmaba orgullosa, que si “Alemania necesita jóvenes bien
formados”, Madrid se los puede proporcionar”. Desde el país germano, este
reclutamiento de mano de obra cualificada, formada a costa de los impuestos de
los contribuyentes españoles, es presentado como un acto de caridad: sin
oportunidades en su patria, codiciados en Alemania; esto le llama la Ministra
de Empleo: movilidad exterior. Saben amigos lectores lo que cuesta formar a un
ingeniero, un médico, una enfermera, un arquitecto, etc; si lo supieran se
pondrían las manos en la cabeza.
No hay salida para los jóvenes, y pienso que muchos de ellos están a
punto de convertirse en esclavos pasivos del sistema social. No los entusiasman
ni los sueños ni las aventuras. A pesar de las excepciones, se están
transformando en consumidores de productos y de servicios, no de ideas. Les
pido a gritos que se rebelen, que luchen a contracorriente ante la arrasadora
rutina social que nos envuelven, de ellos dependen el futuro de nuestro mundo,
de nuestro pueblo. En muchas concentraciones que en estos tiempos estamos
viviendo, los jóvenes decían en sus slogan “si no nos dejáis soñar, no os
dejaremos dormir”. Le pido al Gobierno que no dé la espalda a la calle, que la
escuche, que tengan la humildad de ver y comprender el desastre humano que están
fabricando.
Siguiendo a un gran pensador del Siglo XX, Ernesto Sábato, que tanto me
ha ayudado comprender el sentido de este mundo, y donde nos estimula a lo largo
de la vida, para saber discriminar entre la dura realidad y las utopías, así
decía: “Los sueños inocentes son aquellos
que nos recuerdan que el hombre sólo cabe en la utopía, y que sólo quienes sean
capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de
recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”.
Sabemos que muchos quieren tirar por tierra cualquier iniciativa que
esté fuera de sus proyectos personales o políticos; en el fondo no quieren que
llegue sangre fresca, porque de esa forma echarían abajo sus torres de marfil,
donde le dan seguridad en sus planteamientos y donde falsamente se creen
intocables. Utilizan el anonimato y viven escondidos para que no puedan ser
delatados. Decía el periodista y escritor Eduardo Hughes Galeano, cuando estaba
junto con su amigo director de cine en Cartagena de Indias, un estudiante le
pregunto, ¿para qué sirve la utopía?, y dijo que sí tenemos derecho a soñar; y
su amigo contesto muy sencillamente que la utopía esta en el horizonte, y dijo,
y yo sé muy bien que nunca la alcanzaré, que si yo camino diez pasos, ella se
alejará diez pasos, cuanto más la busque menos la encontraré, porque ella se va
alejando a medida que yo me acerco; pues, ¿para qué sirve?, sirve para eso,
para CAMINAR (lo pueden ver y oír en este enlace que es un magnifico relato: http://www.youtube.com/embed/rpgfaijyMgg
Pero ha llegado la hora de luchar contra toda atisbo de desesperanza,
no caigamos en sus garras llenas de impudicias cometidas por tanto tiempo; es
la hora de la revolución, el mundo no se cambia con simples palabras, sino que
hay meterse de lleno con todos los esfuerzos que seamos capaces de elaborar,
para luchar contra el miedo que nos atenaza.
Estos dioses mediáticos sólo tienen los pies de barro, y es la hora de
cambiarles de pedestal. No escuchen el canto de las sirenas que quieren que nos
adormezcamos, para así seguir siendo los baluartes de la sociedad, de esa
sociedad corrompida que han creado durante tantos años.
Si no luchamos tendremos los gobiernos que nos merecemos, y ahora
tenemos la oportunidad de que esto pueda cambiarse. ¿Quién pudo entender a los
tres Ministros tristes en la rueda de prensa del último Consejo de Ministros?.
Que no te engañen con las falsas dádivas de los cobardes, que no sólo
quieren comprarte el voto, sino que quieren cambiarte la CONCIENCIA. Es tal la
vileza, que serían capaz de vender tu alma al diablo con tal de seguir
manipulando las personas. No se atreven a dar la cara, se esconden con miles de
disfraces para que no se les reconozcan: el disfraz de los carritos de la
compra, el disfraz del urbanismo, el disfraz del empleo, el disfraz de las palmeras, el
disfraz de las comilonas, el disfraz del oscurantismo, el disfraz de las
concesiones, el disfraz de los cheques, el disfraz de la reforestación, el
disfraz de la fachada, el disfraz de los parques, etc… y por último, el disfraz
del anónimo en el que se esconden.
Y por eso termino con lo mismo que empecé, hablando de Ernesto Sábato, lúcido
pensador del siglo XX cuando definía lo que era el bien común, cosa olvidada en
estos últimos años: “Este concepto del
bien común que es la piedra fundamental de cualquier sociedad que se proponga
evitar la ferocidad individualista o colectivista. Pues el bien común no es la
simple suma de los intereses individuales, ni ese famoso bien del Estado que
los totalitarios colocan por encima de la persona y ante el cual únicamente
cabe ponerse a temblar: es el supremo bien de una comunidad de hombres a la vez
libres y solidarios.
Ni el individualismo ni el
colectivismo son soluciones verdaderamente
humanas, pues el primero no ve la sociedad, el segundo no ve al hombre;
ambos son abstracciones esencialmente perniciosas para el ser humano. El reino
de este ser no es el estrecho y angustioso territorio de su yo, ni el extracto
dominio de la colectividad, sino esa región intermedia en la que acontecen el
amor y el arte, la camaradería y el diálogo, la comprensión y el trabajo en
común. Es el gran pecado de Occidente haberse alejado de esta verdad
primordial, sin cuyo conocimiento será imposible establecer las futuras
comunidades, las auténticas, no esas maquinarias sociales a las que nos hemos
tristemente acostumbrado”.