En estos momentos donde
predominan las mentiras, los insultos, la falta de transparencia y la
intolerancia, he recordado un artículo que publicó en el Diario Sur de un
profesor que es una delicia oírlo y leerlo, es Miguel Angel Santos Guerra,
profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación; todavía recuerdo a este
compañero de Universidad cuando asistía a sus clases y cursos como te removía
la conciencia y te despertaba a otra realidad.
“Un centímetro cuadrado de pie
nos hace diferentes a miles de millones de personas. ¿Qué diferencias no se
encontrarán en toda la superficie de la piel, en toda la complejidad de
sentimientos, emociones, creencias, intereses, valores, ideas, historia, etc.,
que contiene? ¿Cómo es posible tratar a todos por igual? ¿Por qué pretender que
todos sean y piensen como nosotros somos y pensamos?
La exigencia de que los demás se
acomoden a nuestra forma de ser, de pensar y de actuar es la base de la
intolerancia, del dogmatismo y del fascismo, porque parte del hecho de que hay
forma de ser, de pensar, de sentir y de actuar que son buenas. Y otras –las
opuestas- que son malas. Las nuestras son las buenas. Las de los demás son
inaceptables.
En algún curso he realizado un
ejercicio didáctico para hacer patente esta idea. Entregó a cada participante
una naranja con la petición de que la observen detenidamente, de que la
analicen con atención. Les pido que escriba en una hoja la característica de la
naranja que les ha correspondido: tamaño, color, piel, rugosidad, manchas,
olor, tacto, forma, defectos, peso, etc.. Una vez agotadas las características,
mezclo las naranjas y las distribuyó sobre una mesa junto con otras que añado
en ese momento. Pido luego que identifiquen su naranja colocando su nombre
debajo de ella. Todos, sin excepción, la reconocen. Se trata de naranjas
irrepetibles. Han bastado unos minutos de observación para hacer únicas todas y
cada una de las naranjas. Seres inertes, al fin. seres carentes de emociones,
de sentimientos, de relaciones, de expectativas, de intereses.
Si esto pasa con las naranjas,
¿qué sucederá con las personas? ¿Porqué no aceptar que cada uno es cómo es?
¿Por qué colocar etiquetas generalizando a todas horas? ¿Por qué exigir que los
demás se comporten como nosotros deseamos? ¿Porque somos intolerantes?.
Intolerancia es aplicar a los
demás, sin hacer un esfuerzo por conocerlo, el cartel del estereotipo y la
etiqueta del prejuicio.
Intolerancia es no aceptar a los
otros como son, como desean ser. Intolerancia es presionar a los otros para que
piensen que actúen como nosotros. Intolerancia es perseguir y castigar a
quienes no se comportan como deseamos. Intolerancia es aplicar una juicios
negativos a los demás para calificar las mismas actitudes y comportamientos que
consideramos bueno si son nuestros.
Hay forma sencilla de combatir la
intolerancia. Viajar, por ejemplo. Comprobar que en una cultura se considera
natural lo que en la propia es tomado por aberración. Leer es otra forma de
abrir la mente de ensanchar el corazón. Dialogar con los demás de que una
actitud abierta es tender un puente de conocimientos y de respeto hacia el
otro.
Otras son más complejas.
Esforzarse para conocer a los otros, por saber que pasa dentro de su piel,
tratar de entender por qué reacciona así, qué le ha llevado a ser de ese modo. Ejercitar
la tolerancia en las situaciones cotidianas. Comprometerse con quienes viven en
nuestra cultura formas de intolerancia.
La tolerancia no conduce a la
falta de proyectos comunes, por qué se puede construir la igualdad desde la
suma de las diferencias. La tolerancia no conduce al absoluto relativismo sino
al extremado respeto. Cada uno tiene sus convicciones, sus creencias, su moral.
Y desde el respeto a los principios de todos se construyen los acuerdos y la
negociación respetuosa. El problema radica en pensar que los demás no tienen
principios o que si los tiene son peores que los nuestros. Desde esta
suposición se explica la imposición y la persecución.
Cuenta Savater en su novela “ El
jardín de las dudas” el caso de un hijo protestante de Toulouse que había sido
ahorcado por asesinar a su hijo al saber que el muchacho había decidido
convertirse al catolicismo. El proceso tuvo conmocionada la ciudad durante
cierto tiempo porque Juan Carlos, el supuesto asesino, era un comerciante muy
conocido y universalmente respetado por su honradez. El hijo de Juan Carlos, Marco
Antonio, era un joven de humor sombrío, fracasado en los estudios y que no
quería ser comerciante como su padre. Después se supo que se había suicidado
ahorcándose. Algún católico intransigente que detestaba al comerciante dijo que
el padre había matado para evitar que se convirtiera catolicismo. No se
encontró constancia alguna de que pretendiera hacer la conversión.
Desde las actitudes dogmáticas no
se puede practicar la tolerancia. La duda es un estado intelectual incómodo,
pero que la certeza es un estado ridículo. Quienes practican los dogmas morales
pretenden imponer a toda la sociedad su criterio. ¿No les basta poder cumplir
con su conciencia sin que otros les obliguen hacer lo que no desean?
¿Entendería los antiabortistas que metiera en la cárcel a una mujer por no
querer abortar? ¿Cómo se puede decir que la ley del aborto debe esperar porque
hay temas más importantes? ¿Hay algo más importante para una mujer que tiene
que ir a la cárcel por obrar en conciencia y por necesidad? ¿Hay algo más
importante para su pareja?
El camino de la intolerancia está
lleno de víctimas, de personas que dudaron de los dogmas, que desafiaron el
pensamiento hegemónico, que contravinieron las normas, que no aceptaron la
moral oficial. Gracias a tantas víctimas hoy podemos decir lo que pensamos,
defender nuestras ideas, criticar a los poderosos y tiene una moral propia.
A todas esas víctimas de la
intolerancia, gracias. Son ellas las que nos han ayudado, no sus verdugos, no
censores”.
Gracias Miguel Angel …
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