Con ocasión del día Internacional de la Felicidad (20 de marzo de
2013), el Secretario General Ban Ki-moon, nos transmitía el siguiente mensaje: «En
este primer Día Internacional de la Felicidad, fortalezcamos nuestro compromiso
con el desarrollo humano inclusivo y sostenible y reafirmemos nuestra promesa
de ayudar a los demás. Obrar por el bien común también nos enriquece. La
compasión fomenta la felicidad y nos ayudará a construir el futuro que queremos».
La búsqueda de la felicidad constituye el elemento esencial
del quehacer humano. En todo el mundo, las personas aspiran a vivir una vida
feliz y plena, libre de temores y necesidades y en armonía con la naturaleza.
Sin embargo, el bienestar material básico sigue siendo difícil de alcanzar para
demasiadas personas que viven en la pobreza extrema. Muchas más están expuestas
a la amenaza constante que suponen las crisis socioeconómicas recurrentes, la
violencia y la delincuencia, la degradación del medio ambiente y los peligros
cada vez mayores que plantea el cambio climático.
Decía Gandhi ”la
felicidad se alcanza cuando, lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno
hace están en armonía". De esto hablaba esta mañana en la terraza de una cafetería
con una buena amiga, concluíamos que sólo la coherencia es el camino que
tenemos que andar, porque es lo único
que te da tranquilidad de conciencia y se ajusta a una moral construida con
esfuerzo.
La vida moderna, con sus prisas y su concentración
en producir bienes materiales, bienes que nos ahogan y nos destrozan, ha
alejado del sentir del corazón, de la humanidad que entraña el alma. Un corazón
abierto siempre es tierno, no importa a quien pertenezca o las diferentes
cualidades psicológicas que pueda tener una persona porque, cuando se abre el
corazón, la ternura se cuela en una mirada, en un gesto, en un silencio. El
corazón humano es básicamente bueno, pero ¿qué está ocurriendo para que se
envenene las relaciones humanas?
Tenemos que revisar nuestra forma de vivir. Cuando
la ternura se aparta aparece la aspereza y la pobreza se manifiesta de una manera brutal. Somos
ásperos en nuestras relaciones, en la forma de tratarnos unos a otros. Pobre
no es el que tiene poco, sino que el verdadero pobre es el que necesita
infinitamente mucho.
Parece que cambiamos la piel por
una lija y nos herimos cada vez que nos tocamos. Y entonces sufrimos, porque
maltratamos a aquellos que queremos… Soy de los que piensa que no hay paz en el
mundo porque no hay paz en el alma. Y es allí en donde puede florecer la
ternura.
Cuando el amor proviene del alma no impone condiciones, es una corriente
de vida que enriquece todo lo que toca, no aprisiona sino que es una ligera
brisa que envuelve la vida.
Miremos más de cerca nuestras
relaciones cotidianas si queremos conocernos a nosotros mismos. Y si
encontramos asperezas, trabajemos arduamente para cambiarlas. Cada relación
áspera está señalando un área interna a trabajar. La transformación mundial
depende de la transformación de cada uno de nosotros. ¿Me
podrías dar un poquito de ternura, por favor?
Si nos observáramos, si nos
miráramos, podríamos leer esa petición en nuestro entorno más cercano… Se
trata de comunicarnos desde lo que somos, desde la fuente misma de vida y de la
conciencia, y desde ahí, establecer las relaciones. Cuando nos relacionamos
desde lo que somos, la vida adquiere un mayor grado de verdad y esto le da un
sentido más profundo a la vida.
Uno de los males de nuestros días
es ese sinsentido cotidiano que nos agobia. La nueva civilización tendrá una
cultura, la cultura del alma. No es la globalización que tan descaradamente nos
envuelve, sino lo que da sentido es la generosidad, la solidaridad, el trabajar
juntos por encima de los intereses egoístas, en dar sin esperar nada a cambio.
Decía John Barrymore que "la
felicidad frecuentemente se cuela por una puerta que no sabías que estaba
abierta", por lo que no la cierres no vaya a ser que la tristeza nos
ahogue.
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